Recientemente oí una entrevista que le hacen a Michael Gerber, creador del concepto E-Myth, probablemente la metodología más extendida en el mundo para crear negocios trascendentes, que no dependan del dueño para operar.
Uno de los consejos que da Gerber en la entrevista es sencillamente: leer. Especialmente libros que no sean de negocios.
Durante la entrevista, Michael Gerber lee este texto de Charles Bukowski, publicado en 1992 en La última noche en la tierra
El escritor
Cuando pienso en las cosas que soporté tratando de ser un escritor —todas esas habitaciones en esas ciudades, mordisqueando pedacitos de comida que no mantendrían con vida ni a una rata. Estaba tan flaco que podía cortar pan con el hombro, sólo que rara vez tenía pan… mientras tanto, escribía cosas sin parar sobre pedazos de papel. Y cuando me mudaba de un lugar a otro mi valija de cartón era simplemente eso: papel por afuera lleno de papel por adentro. Cada nueva casera me preguntaba: “¿a qué se dedica?” “soy escritor”. “oh…”
Yo me acomodaba en pequeñas habitaciones para conjurar mi arte. Las caseras se apiadaban de mí, me daban bocadillos como manzanas, nueces, duraznos… lo que no sabían era que eso era todo lo que yo comía. Pero su piedad terminaba cuando encontraban botellas de vino barato en mi habitación. Está bien ser un escritor hambriento pero no un escritor hambriento que toma. Los borrachos nunca son perdonados. Cuando el mundo se te cierra muy rápido una botella de vino se convierte en un amigo razonable.
Ah, todas esas caseras, la mayoría de ellas pesadas, lentas, con esposos muertos hacía mucho. Todavía puedo ver a esas mujeres queridas subiendo y bajando las escaleras de su mundo. Controlaban mi existencia: si no me hubieran dado una semana extra de alquiler de vez en cuando, habría ido a la calle y yo no podía escribir en la calle. Era muy importante tener una habitación, una puerta, aquellas paredes. Oh, mañanas oscuras en camas oscuras escuchando sus pasos, escuchando su tos, escuchando el ruido del inodoro, oliendo el aroma de su comida mientras esperaba una palabra de los editores en Nueva York y del mundo mismo, una palabra de esa gente educada, inteligente, snob, bien nacida, formal y confortable.
Ahí afuera se tomaban su tiempo para decir no. Sí, en esas camas oscuras con las caseras husmeando todo el día, lavando la vajilla, a menudo pensaba en esos editores que no reconocían lo que yo trataba de decir en mi especial manera y yo pensaba, deben estar equivocados. Y a esto le seguía un pensamiento mucho peor: yo podía ser un estúpido. Casi todos los escritores creen que están haciendo una obra excepcional. Eso es normal. Ser un tonto es normal.
Entonces yo salía de la cama, buscaba un pedazo de papel y empezaba a escribir otra vez.